Corocotta

CorocottaEl siglo I a.C. fue para Hispania el de la guerra civil romana. Guerra que se libró en parte en suelo hispano, y que enfrentaría a los partidarios de Pompeyo, de un lado, y de Julio César, por otro. Hispania fue además el escenario elegido por Julio César para realizar su cursus honorum, una carrera fulgurante que le llevaría a ser uno de los grandes hombres de Roma.

La asimilación de la cultura romana por parte de los nativos estaba siendo progresiva, aunque no era ni mucho menos homogénea y se puede hablar de diferentes grados de romanización según las zonas. Sólo dos poblaciones del norte, astures y cántabros, seguían resistiéndose al poder romano, en parte gracias a su aislamiento.

Estrabón definió a estas gentes prácticamente como semibestias. Gente que se alimentaba de pan hecho con bellotas, que no conocía ni el vino ni el aceite, y que ante el enemigo prefería morir y dar muerte a sus propios hijos, que rendirse.

En el año 29 a.C. comienzan las guerras astur-cántabras, que durarían diez años. El propio Augusto, sobrino de Julio César y primer emperador de Roma, se personó en la península para supervisar una guerra que parecía no acabar nunca, estableciendo su cuartel en Segisamo, y más tarde en Tarraco. Por tres frentes distintos se llevó a cabo el asedio a una población que bajaba de las montañas para asestar golpes mortales a las legiones, y luego desaparecía por donde había venido.

La figura del guerrero Corocotta es bastante misteriosa. Dión Casio, principal narrador de esta etapa, le dedica apenas tres lineas. Sabemos casi con toda seguridad que era cántabro, no astur, y que conoció personalmente a Augusto, en torno al 25 a.C. Este había pedido su cabeza, por la que se ofrecían 250.000 denarios. El propio Corocotta fue a entregarse, para cobrarse él mismo la recompensa. El valor del guerrero cántabro impresionó al emperador de Roma, que le perdonó la vida dejándole marchar.

Los jefes de las tribus iberas, pero especialmente cántabras, estaban unidos a sus guerreros por la devotio, de tal manera que si el iefe caía en la batalla, sus soldados abandonaban la lucha. Estos soldurios, que acompañaban incluso hasta la muerte a su señor, fueron muy afamados y los romanos les contrataban en ocasiones como guardia personal.El 21 a.C. tiene lugar la penúltima de estas guerras. Es casi el golpe definitivo, y muchos cántabros son hechos esclavos y vendidos en la Galia. Pero matan a sus dueños y logran escapar, para librar la última batalla en el 19 a.C.

El general enviado entonces por Roma es Agripa. Un general que sabe cómo someter a las legiones, en ocasiones desobedientes, y que, esta vez si, desmantela montes y valles hasta acabar con la oposición cántabra. Los cronistas describen escenas horripilantes: madres que asesinaban a sus hijos antes de que los capturasen, hombres crucificados que, pese a todo, entonaban cánticos de triunfo, y, en definitiva, una población diezmada y abatida para siempre. Los que quedaron fueron obligados a bajar de las montañas, cediéndoles Augusto su campamento, Asturica (Astorga), para que organizasen allí su capital. En tiempos de Tiberio, tres legiones vigilarían aún para que no se sublevaran, aunque afirma Estrabón que ya toleraban la cultura romana.

Augusto, que anticipadamente había cerrado el templo de Jano, símbolo de que en el imperio no se libraba batalla alguna, inauguraba por fin la pax romana que tanto deseaba. Tito Livio ensalza en su obra la gloria de Hispania por los 200 años que duró su conquista, ya que fue la primera provincia que se atacó, y la última en ser dominada.

Los motivos de este hecho son desde luego variados y complejos. No se debe sólo al valor de unas cuantas tribus que no toleraban la conquista, pues en diferentes lugares del mundo entonces conocido (la Galia, Germania) se había dado batalla a los romanos.

Pero es innegable que el amor a la libertad, a la independencia, y un carácter especialmente apto para la guerra influyó en que fuera Hispania la provincia que el imperio romano más tardó en dominar.

Muchos héroes quedan para la Historia, además de Viriato, Corocotta, Indíbil y Mandonio: Caro, Megaravico, Retógenes… nombres que el tiempo y las olvidadizas crónicas romanas no han logrado borrar del todo de la memoria.