Los Ultimos de Filipinas (2)

LOS ULTIMOS DE FILIPINAS

 

El tema que expondré ahora es sobre la historia más reciente los ecos ocurridos en 1898 en la Islas Filipinas, sobre unos valientes que no se puede definir con palabras, más que héroes tendrían que ser legendarios.

Que pasa en nuestro libros de historia que no sale ni se menciona a estos grandes héroes y no son de comic si no auténticos y que tengamos que comernos los de los Estado unidenses y británicos y Franceses, ¡dios! quien hace estos libros de historia no se mencionar estas gestas es increíble que reseñen eventos que en pocas palabras son una m………….

Espero que nuestros políticos e historiadores cambien y empiecen hacer honores a estos héroes…………………………………..

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Del 1 al 19 de julio [editar]

 

 

Plano de la iglesia durante el asedio.

El primer día de sitio, los españoles encuentran cerca de la iglesia una nota del enemigo en la que les advierten que cuentan con tres compañías para el asalto y los invitan a rendirse, como ha hecho la mayor parte de las tropas españolas, para evitar un inútil derramamiento de sangre. Aunque no dieron mucho crédito a las noticias sobre las rendiciones, los sitiados, teniendo en cuenta los acontecimientos que se habían ido sucediendo en los últimos tiempos, no dudaban acerca de la cantidad de las fuerzas enemigas y se temieron que el sitio que acababa de comenzar se iba a convertir en un largo asedio y que sería prácticamente imposible salir de la iglesia, así que Martín Cerezo retomó la idea de construir un pozo en el interior. Las Morenas le asignó cinco hombres y al poco tiempo, encontraron agua en abundancia a cuatro metros de profundidad. Mientras afianzaban el pozo con los pilares que habían obtenido del desmantelamiento de la casa del cura y un barril de vino, Alonso, comandante del puesto, vigilaba puertas y ventanas con el resto de los hombres.

Al día siguiente, 2 de julio, aparece otra nota, esta vez clavada en una caña de bambú en el suelo, con una hoja de platanera encima, para protegerla de la lluvia. En esta nueva carta, los insurrectos, al no haber recibido respuesta a la anterior, insistían en las victorias que se estaban produciendo sobre las tropas españolas y les informaban acerca de la caída de casi todas las provincias de Luzón, cuya capital, Manila, se encontraba sitiada por 20.000 Tagalos, según la nota, y que, sin suministro de agua, estaba a punto de capitular.

Las Morenas, como Gobernador Político-Militar, respondieron que Manila no se rendiría por falta de agua pues se podía utilizar la del mar. Así mismo, los instó a volver a someterse a la obediencia a España, mostrándose dispuesto a recibirlos con los brazos abiertos si así lo hacían. El mensaje acababa recomendando que no se dejaran más notas en los alrededores de la iglesia sino que fueran enviadas, después de un sonido de aviso, mediante un mensajero con bandera blanca. Las respuestas, por parte española, se entregarían en la misma iglesia a un mensajero enviado también por el enemigo, tras dar el respectivo aviso e izar la bandera blanca. La decisión de no enviar hombres fuera de la iglesia se tomó para evitar la tentación de desertar que podían tener algunos hombres. De hecho, Felipe Herrero López, uno de los hombres que había servido con Cerezo, fue el primer mensajero que enviaron los filipinos a recoger una respuesta. Cerezo intento persuadirlo para que se reincorporara pero éste se marchó sin decir palabra.

El 3 de julio, día en que España perdía Cuba tras la Batalla de Santiago de Cuba,13 Félix García Torres, otro desertor, llevó otra carta pero no fue recibida y le dijeron que hiciera entender al enemigo que si continuaban eligiendo ese tipo de emisarios, serían recibidos a balazos. Durante el resto del día, como no podían salir debido al fuego enemigo, se dedicaron a construir un horno para hacer pan y a lavar la poca ropa que les quedaba en dos barriles.

El 4 de julio los soldados españoles sitiados en Baler realizan varias incursiones, destruyendo los barracones de la Guardia Civil, los edificios de la escuela y algunas casas cercanas a la iglesia desde las que los filipinos disparaban constantemente. El día 8Cirilo Gómez Ortiz, al mando de las tropas sitiadoras, envía una carta en la que ofrece una suspensión de las hostilidades hasta la caída de la noche, para que las tropas, a las que supone sin provisiones, descansen. Con la carta, además envía un paquete de cigarrillos para el capitán y unos detalles para los soldados. Los españoles, aceptaron la suspensión, que sería la única hasta el final del sitio, e informaron a Ortiz de que tenían abundantes provisiones y le regalaron una botella de brandy para que la bebiera a su salud.

Los combates se reanudaron y los filipinos, en un intento más de que los españoles se rindieran, enviaron a varios desertores para que desde el exterior, intentaran convencer a la tropa para que siguieran sus pasos y se reunieran en territorio enemigo. Transcurrieron así los días hasta que el 18 de julio, el cabo Julián Galvete Iturmendi cayó herido. Días después murió, convirtiéndose en la primera baja por fuego enemigo de la guarnición. Ese mismo día, llega una carta para Las Morenas y Gómez Carreño firmada por Leoncio Gómez Platero. En ella, les exhorta en tono cordial para que depongan las armas y se rindan al Capitán Calixto Villacorta porque si así lo hacían, serían tratados con consideración y embarcados rápidamente hacia España. La carta no fue respondida así que a la mañana temprano del día 19 de julio, los filipinos enviaron otra, esta vez menos cortés y firmada por Villacorta, con un ultimátum:

Acabo de llegar con tres columnas de mi comando y, enterado de la resistencia inútil que mantenéis, os informo de que si deponéis las armas en el plazo de veinticuatro horas, respetaré vuestras vidas y propiedades, y seréis tratados con toda consideración. De lo contrario, os obligaré a entregarlas. No tendré ninguna compasión de nadie y haré responsables a los oficiales de cualquier fatalidad que pueda ocurrir.

La respuesta española fue enviada a la mañana siguiente:

A mediodía de hoy termina el período fijado en su amenaza. Los oficiales no pueden ser considerados responsables de las fatalidades que ocurran. Nos une la determinación de cumplir con nuestro deber, y deberás comprender que si tomas posesión de la iglesia, será solamente cuando no haya nada en ella más que los cuerpos muertos. La muerte es preferible a la deshonra.14

 

Del 20 de julio al 30 de septiembre [editar]

 

 

Marines estadounidenses partiendo hacia Filipinas en 1898. Durante el mes de julio llegaron a Filipinas cerca de 15.000 soldados al mando del General Merritt.

A mediodía del día 20, al finalizar el plazo del ultimátum dado por Villacorta, los filipinos comenzaron a disparar desde todos los puntos de sus líneas, durando el tiroteo hasta la mañana siguiente. Los españoles, para economizar munición e incitar al enemigo al asalto, decidieron no responder a este fuego. Ante esta actitud, Villacorta, en vez de enviar sus columnas contra la iglesia, envió un mensaje en el que decía que no iba a gastar pólvora inútilmente, pero no levantaría el sitio, aunque tuviera que prolongarlo tres años, hasta que los españoles se rindieran.

En la iglesia habían encontrado varios cañones viejos, pero sin accesorios ni carro para transportarlos. Mezclaron los explosivos de algunos cohetes rotos con la pólvora de algunos cartuchos de los fusiles Remington y pusieron parte de la mezcla y las balas en uno de los cañones más pequeños, que llevaron a uno de los disparaderos que habían construido en el antiguo convento, ahora, el corral, y colgaron la parte trasera de una viga, con una cuerda que les permitía variar el ángulo de tiro. Con una larga caña de bambú con fuego en el extremo, consiguieron disparar el cañón, que hizo temblar los cimientos del corral.

Los insurrectos enviaban casi a diario mensajes a los sitiados y, un día, uno de los mensajes fue entregado por dos españoles. Algunos soldados creyeron reconocer a uno de ellos como uno de los guardias del destacamento de Mota, que había comandado el puesto de Carranglan. El asistente de Alonso, Jaime Caldentey aseguró que era un paisano y amigo suyo de Mallorca. Alonso indicó a Jaime que debía decir a los enviados que tenían suficientes provisiones y municiones para aguantar y éste se dirigió a ellos en mallorquín. El guardia, fingiendo no conocer el idioma, le dijo que estaban perdidos y que si continuaban con su resistencia, acabarían muertos, porque todas las tropas peninsulares se habían rendido y no iban a recibir refuerzos. Al oír esto, Martín Cerezo contestó que el que estaba perdido era él, y que se fuera de allí.15

Villacorta volvió a enviar otro ultimátum el 31 de julio. En él amenazaba con utilizar fuego de cañón si no se entregaban al día siguiente. Los filipinos habían recibido algunos cañones, al parecer del mismo tipo que los que tenían los españoles y, tal como había amenazado Villacorta, a las doce de la noche comenzó el bombardeo desde el sur, el este y el oeste produciendo algunos daños en las puertas y en el techo, quedando prácticamente a la intemperie.

El 3 de agosto, Jaime, el sirviente de Alonso, aprovechando que estaba de guardia a la derecha del altar, desertó llevando consigo su equipo y munición. Días después, gracias a la información de Jaime sobre el temor de los españoles a un ataque por el norte, donde no había sino un vigía, los filipinos atacaron, concentrando el fuego en la zona y poniendo una escala en el muro, cerca de donde se encontraba el vigía, que dio la alarma. Los españoles se dirigieron hacia la zona para repeler el ataque y, ante la insistencia del enemigo, a Alonso se le ocurrió fingir una salida para asaltar una de las casas fortificadas del exterior. Al oír el grito de Alonso y el incremento del fuego, los filipinos se retiraron dejando la escalera junto al muro, aunque continuaron disparando con cañón y rifle desde las trincheras.

 

 

General Merritt, oficial al mando en el asalto a Manila.

Mientras tanto, el día 13 de agosto, las tropas estadounidenses al mando de Merritt, protegidas por la flota de Dewey, sin contar con Aguinaldo, asaltan Manila y, al final del día, controlan la ciudad, rindiendo Fermín Jáudenes y Álvarez, Gobernador General, las tropas españolas en Filipinas, que serían repatriadas poco a poco.16

El día de la Virgen de la Asunción, el 15 de agosto, los filipinos hirieron al soldado Pedro Planas Basagañas y días después, Villacorta envió a dos curas de la parroquia de Casiguran, Juan López Guillen y Félix Minaya, para insistir en la rendición. Los religiosos no consiguieron su propósito, sin embargo, Las Morenas les pidió que se quedaran, a pesar de la escasez de provisiones, y así lo hicieron hasta el final del sitio. Hasta el día 25, todo transcurrió sin más novedad que el fuego continuo pero, ese día, murió la primera víctima de beriberi, el padre Cándido Gómez Carreño, cura de Baler, natural de Madridejos (Toledo). Durante el día, se presentó en la iglesia Pedro Aragón, quien dijo ser habitante del pueblo y suplicó hablar con el cura para informarle sobre la caída de Manila y pedirle que ayudase a convencer a los soldados españoles para que se rindieran.

El soldado Francisco Rovira Mompó, enfermo también de beriberi, murió de disentería, el 30 de septiembre, día en el que llegaron nuevas noticias a la iglesia en forma de carta del Gobernador Civil de Nueva ÉcijaDupuy de Lôme. En ella, informaba a Las Morenas, que conocía a Dupuy y afirmaba que la letra era suya, de que se había perdido Filipinas. Más tarde llegaron rumores sobre la rendición del Mayor Juan Génova Iturbe, el capitán Federico Ramiro de Toledo, el Mayor Ceballos en Dagupan y el General Agustí en Manila. Finalmente, llegó una carta del cura dePalanan, Mariano Gil Atienza, en la que les confirmaba los rumores e intentaba hacerles ver que era inútil seguir resistiendo, porque el archipiélago se había perdido. Sin embargo, los sitiados no dieron crédito al Gobernador de Nueva Écija, ni a los informes oficiales ni al resto de las informaciones recibidas, pensando que se trataba de una treta del enemigo, incrédulos ante el hecho de una pérdida tan rápida del archipiélago.

 

Del 1 de octubre al 22 de noviembre [editar]

 

 

El teniente Saturnino Martín Cerezo se hace cargo del mando a la muerte de Alonso.

El Cabo José Chaves Martin y el soldado Ramón Donant Pastor mueren de beriberi el 9 de octubre. Días después cae gravemente herido el doctor Vigil y, el día 18, muere Juan Alonso Zayas de beriberi, enfermedad que se estaba extendiendo rápidamente entre la tropa, tomando el mando Saturnino Martín Cerezo.

Para evitar en lo posible el avance del beriberi, los españoles abrieron varias vías de ventilación, intentando no comprometer la seguridad. A pesar de las medidas tomadas, la mayor parte de la tropa apenas se tenía en pie, por lo que se organizaban guardias de seis horas, en las que los relevos se hacían con ayuda de los soldados sanos, que llevaban a la cama al soldado relevado y colocaban en una silla al nuevo vigía, mientras el cabo de turno, hacía rondas comprobando el estado de los distintos centinelas.

Los insurrectos, volvieron a escribir a los españoles, informándoles de que el dominio español enFilipinas había terminado y que, si se rendían, serían rápidamente embarcados hacia España. Los sitiados contestaron que, de acuerdo con las leyes y usos de guerra, en caso como aquel, contemplaban un periodo de seis meses para llevar a cabo la evacuación y, que como sabría seguramente el Gobernador General, disponían de provisiones y munición suficiente para permanecer allí ese tiempo. Los filipinos contestaron que tras las hostilidades con las tropas estadounidenses, los generales españoles habían dejado de ocuparse de sus tropas, así que al destacamento de Baler, no le quedaba otro remedio que rendirse, a lo que los españoles contestaron que ningún ejército abandonando un territorio, podía olvidar a sus tropas comprometidas en el terreno.

Antes de final de mes, hubo otras tres bajas. El día 22 murió de beriberi el soldado José Lafarga, el día 23 fue herido el soldado Miguel Pérez Leal y el 25, murió, también de beriberi, el soldado Román López Lozano. Por esas fechas, la mayor parte de los soldados carecían de zapatos, por lo que para entrar en contacto con el suelo húmedo lo menos posible, algunos de ellos se fabricaron una especie de zuecos, con pedazos de madera fijados a los pies con cuerdas.

 

 

En octubre, George Dewey requisó los buques y lanchas filipinas.

Para esas fechas, el almirante Dewey se había incautado de todos los buques y lanchas de las tropas filipinas, hecho que hizo sospechar a Aguinaldo que los estadounidenses no iban a cumplir con los pactos verbales celebrados hasta el momento.17

Durante la primera quincena de noviembre, murieron los soldados Juan Fuentes Damian, Baldomero Larrode Paracuellos, Manuel Navarro León y Pedro Izquierdo y Arnáiz. El Capitán Las Morenas, a pesar de encontrarse gravemente enfermo, seguía firmando las contestaciones a los filipinos pero ante la inminente muerte, los españoles decidieron enviar la última carta firmada por él con el fin de que, en el futuro, no tuviesen sospechas acerca de su estado. En ella, se invitaba a los insurrectos a rendirse, afirmando que serían tratados benévolamente y amnistiados. Los filipinos contestaron con insultos y amenazas. Finalmente, el 22 por la noche, Enrique de Las Morenas, fallecía de beriberi.

Martín Cerezo contaba, en aquel entonces, con 35 soldados, un trompeta y tres cabos, prácticamente enfermos. Apenas quedaban víveres, aunque había munición suficiente para seguir resistiendo.

 

Del 23 de noviembre al 13 de diciembre [editar]

 

 

Imagen de los insurgentes filipinos enBaler.

Los filipinos intentaron varias veces comunicarse con los españoles, pero Cerezo rechazaba los mensajes. Ante el temor de que esta nueva actitud pudiera hacer pensar a los sitiadores, que la moral de los sitiados estaba empezando a flaquear, el teniente ordenó organizar pequeñas «fiestas» todas las tardes, con el personal fuera de servicio, en las que se cantaban viejas canciones y se aplaudía ostensiblemente. La actitud de los españoles irritaba a las tropas filipinas, que arreciaban el fuego y los insultos y, al mismo tiempo, estimulaba el ánimo de los sitiados.

Mientras tanto, los insurrectos habían finalizado la construcción de las trincheras y habían fortificado varias casas en la parte occidental de la iglesia, a apenas 40 pasos. Aprovechando uno de los momentos en los que el fuego filipino se había relajado, el soldado Juan Chamizo Lucas, cubierto por todos los soldados que no estaban en puestos de vigilancia, consiguió salir, quemar las casas cercanas y volver sin ser descubierto. Entre las casas destruidas, se encontraba la casa de Hernández, que habían fingido tomar durante el último asalto a la iglesia y en la que los filipinos habían colocado algunos cañones que habrían podido destruir fácilmente la sacristía, construida de madera.

 

 

Aguinaldo finalmente firmó la constitución el 21 de enero de 1899, tras realizarse algunos cambios y ser aprobada por el congreso.

En esos días el Congreso Revolucionario de Malolos estaba redactando el primer borrador de constitución, finalizándolo el 29 de noviembre, aunque Aguinaldo se negó a firmarlo.

Rafael Alonso Mederos se convirtió el 8 de diciembre en una nueva baja del beriberi, pero como era un día festivo en la Infantería Española, Cerezo decidió repartir crepescafé y sardinas entre la tropa, con el fin de disipar, en parte, los efectos de la nueva pérdida. A pesar del estado de las provisiones, los soldados tomaron la salida de la monotonía como una auténtica celebración de la Inmaculada.

Dos días más tarde, el 10 de diciembre, se firma en París el tratado por el que España cede a Estados Unidos sus colonias en CubaPuerto RicoFilipinas y Guam, dándose por finalizada la guerra entre ambos países.18

Por su parte, los filipinos continuaban con sus ataques de cañón, pero sin atacar de la manera contundente que podría haber acabado con los españoles. Entre el ruido de los fusiles y cañones, se oían también insultos y gritos de los soldados filipinos, entre ellos, los desertores, que hacían ostentación de su presencia, cosa, que enfurecía a los sitiados. Además, algo que frustraba a los españoles, era que, debido a la maleza que los rodeaba, no eran capaces de ver si realmente causaban bajas entre el enemigo o no.

La escasez de alimentos hizo que Martín Cerezo se plantease una salida, con el fin de obtener calabazas frescas y otros frutos que crecían cerca de la iglesia. Para ello, concentraría el fuego sobre todo el pueblo, creando confusión. El plan, inicialmente previsto para la víspera de Noche Buena, tuvo que anticiparse debido a la debilidad del doctor que, de no comer algo fresco, moriría en poco tiempo.

 

Del 14 al 24 de diciembre [editar]

 

 

El estado de salud del médico del destacamento, Rogelio Vigil, provoca el adelanto de la acción para obtener provisiones.

Para intentar la salida, Cerezo contaba con apenas 20 hombres, que debían arriesgarse a salir a campo abierto ante un enemigo bastante más numeroso, en mejor estado de salud y atrincherado, por lo que la única ventaja con la que podían contar era el factor sorpresa. El teniente llamó al cabo José Olivares Conejero para que seleccionara 14 soldados para llevar a cabo la misión. El comando debía salir por el agujero de la sacristía que daba al foso, rodear la casa más cercana al norte de la iglesia y prenderle fuego con trapos impregnados de gasolina atados al extremo de cañas de bambú. La misión del resto de los hombres era dar cobertura de fuego desde la iglesia.

En torno a las diez y media de la mañana del 14 de diciembre, el cabo y sus hombres salieron de la iglesia según lo planeado. La sorpresa y la velocidad a la que se propagó el fuego por el pueblo hizo que los filipinos de la zona se retirasen rápidamente. Tras el ataque, la mayor parte del pueblo y las trincheras circundantes fueron destruidas. Los españoles despejaron también la zona sur, lo que les permitió abrir las puertas, que habían permanecido cerradas desde el inicio del sitio e hicieron un claro qué les permitía ver el río, al este, lugar frecuentemente utilizado por los filipinos para el suministro de provisiones y refuerzos.

La acción se llevó a cabo sin ninguna baja por parte de los españoles, aunque la confusión del momento les impidió saber las causadas por ellos, más allá de un centinela calcinado por el fuego y los rumores acerca de la muerte de Cirilo Gómez Ortiz. Con la operación, los sitiados obtuvieron una gran cantidad de calabazas y naranjas de los árboles que había cerca de la iglesia, además de todos los tableros, vigas y varas de metal que pudieron sacar de la Comandancia y una escalera que había quedado abandonada junto al muro tras el último intento de asalto filipino.

Tras el ataque, con la zona despejada, al menos de momento, los españoles podían salir a diario a recoger hojas de calabaza. La situación también posibilitó la construcción de una fosa séptica a unos cuatro o cinco metros de la pared del corral, con lo que la situación higiénica mejoró considerablemente. Esto, unido a la posibilidad de abrir las puertas para ventilar el aire y la comida fresca, contribuyó a que la epidemia de beriberi comenzase a remitir. Además, cerca de la entrada a las trincheras cultivaron un pequeño huerto de tomates y pimientos salvajes para poder obtener alimentos frescos sin tener que arriesgarse apenas a recibir fuego enemigo.

Con ayuda de la escalera abandonada por el enemigo y los materiales obtenidos en la escaramuza, los españoles techaron con tableros de cinc, como pudieron, la azotea destruida por los cañones filipinos. A pesar de los esfuerzos, cuando la lluvia era fuerte, el techo apenas servía, y una noche de tormenta parte de la cornisa asegurada con los materiales de la Comandancia se vino abajo, dejando a los españoles sin posibilidad de volver a repararla hasta que amainase el tiempo.

Mientras tanto, los filipinos volvieron al sitio, utilizando las casas que no se habían quemado y cavando nuevas trincheras, esta vez más lejanas, en cuyo fondo tenían que poner plataformas, debido a las inundaciones que provocaban las lluvias y las crecidas del río. Con la intención de molestar a los españoles, los filipinos gastaron gran cantidad de munición, mientras los sitiados disparaban sólo cuando lo consideraban necesario.

Llegada la Nochebuena, Cerezo ordenó repartir raciones extra de calabaza, naranja y café y con algunos instrumentos que habían encontrado en la iglesia y unos bidones de gasolina, celebraron una ruidosa fiesta, mientras desde las trincheras enemigas les llegaban gritos amenazadores.

 

Del 25 de diciembre de 1898 al 24 de febrero de 1899 [editar]

A finales de diciembre, un día a media tarde, los españoles vieron a un niño de unos doce años saltando y gritando por las trincheras enemigas. El centinela preguntó a Cerezo si disparaba y éste le dijo que no, que lo llamara y le preguntara si quería algo, pero el niño, sin hacer caso, desapareció en la selva.

Al día siguiente oyeron la llamada a parlamentar, desde algún lugar frente a la iglesia. Cerezo ordenó izar la bandera blanca y al rato, un hombre se presentó y entregó un paquete con tres cartas. Una de ellas venía firmada por Villacorta, informando de que el Capitán Bellota había llegado al campamento para parlamentar con ellos y que, con el fin de facilitar su propósito, las hostilidades cesarían hasta el final de la conferencia, que se celebraría cómo y cuando los sitiados dijesen. La segunda carta, firmada por el capitán en cuestión, informaba de que había sido enviado a Baler para reunirse con los soldados españoles y la tercera, firmada por el Padre Mariano Gil Atienza, rogándoles que dieran crédito a Bellota y a lo que éste les quería comunicar.

Cerezo, ante la posibilidad de que los rumores acerca de la pérdida de Filipinas se vieran confirmados con la presencia de Bellota, contestó que lo esperaría en la plaza y así lo hizo, pero nadie se presentó, por lo que ordenó arriar la bandera blanca en cuanto empezó a oscurecer y ordenó a sus hombres que dispararan a cualquier insurrecto que apareciera, porque, a su entender, todo había sido una trampa, con el fin de comprobar si recibirían a alguien que no tuviera miedo a presentarse.

 

 

William McKinley

En Nochevieja se acabaron las hojas del calendario y las raciones cada vez eran más escasas. En el exterior, el 4 de enero de 1899, el General Otis proclama, en nombre del presidente William McKinley, la soberanía de Estados Unidos sobre Filipinas.19 Al día siguiente, Aguinaldo protestó, sorprendido por la reacción de los americanos, que consideraba que habían venido a liberarlos de los españoles, en lugar de a someterlos.20

El día 13 de enero, el soldado Marcos José Petanas cayó herido. Durante una de esas noches, los insurrectos dejaron en la puerta de la iglesia algunos periódicos filipinos que los sitiados encontraron a la mañana siguiente, en los que se podían leer noticias acerca de españoles arrestados por soldados norteamericanos por pequeños robos o de gente como el cura de Albulug (Cagayan), aparentemente a favor de la insurrección, a cambio de que los tagalos, a los que daba ayuda, dejaran que siguiera a cargo de su plantación de café.

 

 

Tropas estadounidenses cerca de Manila en 1899.

Mientras Aguinaldo esperaba contestación de McKinley a sus peticiones enviadas a Washington a través de Otis, el 4 de febrero, las tropas estadounidenses atacan por sorpresa todas las líneas filipinas, dando así comienzo la Guerra.21

El 13 de febrero, murió de beriberi el soldado José Sáus Meramendi y al día siguiente volvieron a sonar las cornetas filipinas llamando a parlamento. Cerezo subió a la torre para ver qué ocurría y vio en una de las casas fortificadas a un trompeta y a un hombre con una bandera blanca. Como los españoles no contestaban, los filipinos hicieron sonar dos veces más el aviso y, al seguir sin obtener respuesta, enviaron a un hombre hacia la iglesia por la Calle General Cisneros.

Cerezo, desde la torre, le dio el alto y éste preguntó si se trataba del Capitán Las Morenas. Cerezo contestó que no, que era uno de los oficiales del destacamento y le preguntó qué quería. El individuo se identificó como el Capitán Miguel Olmedo y aseguró estar allí por orden del Capitán General para hablar con el Gobernador. Cerezo le dijo que De las Morenas no hablaba ni recibía a nadie y que le dijera a él cuál era el mensaje que quería transmitir. Olmedo dijo que traía un comunicado oficial así que Cerezo ordenó a un soldado que saliera a por él. El enviado se negó a entregar el mensaje al soldado porque tenía órdenes de entregarlo en persona y Cerezo fingió retirarse sin atenderlo. Finalmente el enviado cedió y entregó al soldado el mensaje para el gobernador, firmado por Diego de los Ríos y fechado el 1 de febrero de1899, en el que ordenaba a Enrique de las Morenas que abandonase la plaza, siguiendo las instrucciones de Olmedo, dado que España había cedido la soberanía de las islas a Estados Unidos tras la firma del tratado de paz entre ambos países.

Cerezo observó en la comunicación algunos detalles que no le convencieron acerca de su autenticidad y al volver, dijo al mensajero que el Capitán De las Morenas se había dado por enterado y que podía irse. El enviado pidió quedarse a dormir en la iglesia, pero Cerezo se negó diciéndole que durmiese donde había dormido hasta el momento, lo que aparentemente sorprendió a Olmedo que, según él, había ido incluso al colegio con el capitán. Resignado preguntó cuándo podía volver a por la respuesta y Cerezo contestó que cuando tocasen a llamada e izasen la bandera blanca. El enviado se fue y los españoles no volvieron a verlo, aunque lo oyeron hablando noches después en una de las casas que creían habitadas por algún jefe insurrecto.

Al parecer, Cerezo desconfió del mensajero por presentarse de paisano a pesar de la importancia del mensaje, utilizando las formas y maneras de llamada de los filipinos. Además, a pesar de decir ser compañero de colegio de Enrique de las Morenas, había preguntado al teniente si él era De las Morenas y, por otra parte, el extraño suceso del Capitán Bellota, que no apareció en la plaza, era demasiado reciente. A pesar de la necesidad de acabar con aquella situación, Cerezo se acogió al artículo 748 de las Ordenanzas Militares en el que se recordaba que, en situación de guerra, incluso la ejecución de las órdenes escritas de rendir una plaza provenientes de un superior debían ser suspendidas hasta que se comprobase fehacientemente su autenticidad, enviando, si era posible, una persona de confianza que las verificara.

 

Del 25 de febrero al 8 de abril [editar]

El soldado Loreto Gallego García informa a Cerezo el 25 de febrero acerca de las intenciones de deserción del soldado Antonio Menache Sánchez. Gallego guardaba una pequeña cantidad de dinero de Menache y éste unos días antes le pidió que se la devolviese, confesándole que tenía intención de unirse a los tagalos. Al principio, Gallego lo tomó a broma y no lo tuvo en cuenta, pero la noche del 24, Menache fue visto subiendo sigilosamente la escalera cercana a la letrina para observar de cerca el terreno enemigo y, a rastras, salió por una de las ventanas con aspilleras. Uno de los centinelas cercanos, al verlo, le dio el alto dos veces y Menache, sin contestar, dio la vuelta y volvió por el mismo camino. Menache, un vagabundo que tras ser apresado había sido enviado con el ejército a Filipinas, fue llamado por Cerezo, quien le preguntó acerca de su comentario a Gallego y sobre el incidente de esa noche. El soldado negó todo entre lloros y juramentos pero finalmente, tras la presión del teniente, que había venido observando su extraño comportamiento, acabó confesándolo todo. El plan, para sorpresa de Cerezo, implicaba también al soldado José Alcaide Bayona y al cabo Vicente González Toca.

Cerezo empezó a tomar precauciones al respecto porque sospechaba que la fuga no se había llevado a cabo porque los implicados querían extender la conspiración y esperar a ganarse la confianza del enemigo. Tras algunas investigaciones, Cerezo únicamente pudo comprobar que eran los únicos que iban a escapar, con sus rifles y municiones y, aunque en aquella situación podía haber llevado a cabo una ejecución sumaria, decidió encerrar a los desertores en el baptisterio.

El hecho impresionó al teniente, que comenzó a sospechar de todo y de todos. La falta de sueño y la necesidad de estar pendiente de todo debido a su responsabilidad, alteraron los nervios de Cerezo hasta el punto de que cualquier murmullo o situación le parecían sospechosos.

Una noche de finales de febrero los centinelas avisaron de la presencia de un carabao acercándose a la iglesia. Al parecer los tagalos, para tener carne fresca, habían traído una pequeña manada a la zona, que pastaba entre ambos bandos. La primera noche, ante la sorpresa, uno de los centinelas disparó sobre uno de los animales, consiguiendo únicamente que se alejara. A la noche siguiente, Cerezo, junto a cinco tiradores, salieron al exterior y en poco tiempo consiguieron cazar una pieza. Los españoles celebraron un banquete asando el animal y devorando la carne, que apenas duró tres días. Cuando se acabó la carne volvieron a salir, pero esta vez el enemigo estaba preparado y tuvieron que cazar el carabao bajo el fuego filipino. Al carecer de sal no podían conservar la carne, así que en dos días se echó a perder y los españoles decidieron salir a por más. Esta vez abatieron dos animales, pero uno tuvo que quedar fuera y al día siguiente había comenzado a hincharse y descomponerse. Los filipinos decidieron llevarse de la zona el ganado que quedaba y las cacerías terminaron, tras dar un respiro a los españoles en cuanto a alimentación se refiere y a la posibilidad de fabricar calzado, algo tosco, con las pieles de los animales.

Llegado marzo de 1899 los soldados españoles apenas tenían ropa. Mientras pudieron fueron remendando la que tenían, pero poco a poco se habían ido quedando sin material, así que se hicieron ropas con las sábanas y camisetas de las provisiones que tenían del hospital.

 

 

La Reina María Cristina firma el Tratado de París, que se encontraba en un callejón sin salida en las Cortes.

La Reina Regente María Cristina firma el Tratado de París el 19 de marzo.22 Días más tarde, el día de la Encarnación, 25 de marzo, a los sitiados en Baler se les había acabado el arroz y Cerezo, con el fin de entretener a la tropa, ordenó abrir una trinchera en la Calle España, al final de la cual se encontraba el puente del mismo nombre, cubierto y fortificado. Cerca del puente, a la derecha, se encontraba la casa del Gobernadorcillo y a la izquierda, junto a la Calle Cardenal Cisneros, se encontraba otra casa fortificada donde había cañones. Desde la trinchera, los españoles podían disparar sobre el puente e impedir la comunicación con las dos casas. El trabajo se completó sin llamar la atención de los filipinos y se hizo de manera que la trinchera se pudiera ocupar y evacuar sin ser vistos.

Tres días después, el teniente colocó en la trinchera algunos hombres, que sorprendieron al enemigo dejando en la calle dos muertos y un herido grave. Los filipinos contraatacaron la mañana del 30 de marzo con un fuego sostenido desde la distancia, que duró hasta la noche, sin más novedad que la llegada de un cañón moderno de los abandonados por los españoles en Cavite, cuyos proyectiles, a pesar de impactar contra la iglesia, apenas causaron daños. Aguinaldo, conocedor de lo prolongado del sitio, había enviado a la zona al General Tiño con numerosas fuerzas e instrucciones de tomar la iglesia, pero al llegar, los españoles causaron en sus tropas cerca de cincuenta bajas y Tiño volvió a informar de que la iglesia no podía ser tomada al asalto, a lo que al parecer Aguinaldo contestó que ya vería cómo sí era posible y le envió el cañón con tal propósito.

Los filipinos, hicieron sonar las trompetas llamando a parlamento varias veces, pero ante el silencio de los españoles, comenzaron a disparar de nuevo desde todas sus líneas. A la mañana siguiente, los filipinos intentaron parlamentar de nuevo, y al no recibir respuesta, alcanzaron a los españoles, con ayuda de una larga caña de bambú, una carta y un nuevo paquete con periódicos. Los españoles hicieron caso omiso de la entrega y el tiroteo continuó. Durante los primeros ocho días de abril, el fuego apenas cesó y los españoles causaron varias bajas entre los servidores del cañón.

El día 8 se acabaron el bacon y el café y apenas quedaban alubias, y a los españoles no les quedaba prácticamente otro remedio que rendirse, pero Cerezo pensó que, además de tener que humillar la bandera, deberían confiar sus vidas a los furiosos sitiadores y a los desertores y optó por continuar con la resistencia. A los 282 días de sitio se acabaron los últimos restos de arroz, las habichuelas y el rancio tocino, pero los heroicos defensores de Baler continuaron en sus puestos, manteniendo la resistencia al estar convencidos que defendían territorio español. En vista de ello, los sitiadores hicieron más violentos los ataques, intentando incluso incendiar la iglesia.

La actividad del Teniente médico es increíble. Enfermo de beriberi, incluso herido, se hacía trasladar en un sillón, allí donde su presencia es necesaria para ayudar a su compañero, jefe de la posición.

Vigil de Quiñones, como buen médico, intuye lo que años más tarde serían conocidas como las vitaminas. A tal fin instruyó al Cabo Olivares para que con 10 soldados se acercaran al campo enemigo a requisar víveres frescos. Lograr tal objetivo permitió mejorar a los enfermos del beriberi al menos por algunos días.

Cierta mañana los sitiados escucharon cañonazos al Oeste de su posición, haciéndoles pensar en la llegada de socorro. Por la noche un potente reflector les busca. La alegría invadió el corazón de todos.

A la mañana siguiente perciben un intenso tiroteo sobre la playa, pero al llegar la noche, el reflector dejó de alumbrar y el buque desde donde emitía el reflector, se alejó definitivamente.

El desconcierto y el desánimo invadieron a los sitiados, teniendo que actuar el Teniente Martín Cerezo con grandes dotes oratorias para elevarles el ánimo. Lo ocurrido fue lo siguiente: El buque de guerra americano Yorktown llegó a la playa con la intención de rescatar a los españoles, pues entonces también ellos eran enemigos de los filipinos al establecerse la Paz de París entre España y los EE. UU. La tropa americana desembarcada fue copada por tropas tagalas, que parapetadas en la selva dominaban la playa. El desastre fue total. el oficial que los mandaba y 15 marines fueron muertos, obligando al resto a retirarse, alejándose el buque y dejando abandonados a los esperanzados españoles.

A partir de entonces, los tagalos deciden atacar la iglesia diariamente para agotar a los sitiados. Pero no era el ejército tagalo el que podría rendirlos, sino la falta de alimentos. La hambruna era tan grande, que toda hierba, ratas, caracoles o pájaros que estaban a su alcance, por repugnante que fueran, eran comidos por aquellos valientes.

A finales de mayo del 99, persistiendo los ataques, los filipinos llegan hasta las mismas paredes de la iglesia, siendo rechazados en un cuerpo a cuerpo, dejando el enemigo 17 muertos y logrando algunos heridos regresar a sus posiciones.

Los continuos ataques, cada vez mejor organizados, pretendían acabar definitivamente con el punto de resistencia español.

Pero un nuevo parlamentario llega hasta la iglesia, se identifica como el Teniente Coronel Aguilar Castañeda, perteneciente al E.M. del General de los Rios. Pequeños detalles hicieron dudar a Martín Cerezo de la autenticidad del nuevo parlamentario: su raro uniforme, sus pocos expresivos documentos de acreditación; e incluso el barco que, visible en la ensenada, aseguraban era para repatriarlos, pensaron, o creyeron ver, era un lanchón tagalo enmascarado como un barco real. Ciertamente los aparatos de observación que poseían no eran de gran calidad y para Martín Cerezo era increíble, que España hubiese abandonado Filipinas como insistentemente le decían. Esto era el factor base de su incredulidad.

Rechazados los argumentos del Teniente Coronel Aguilar, el jefe, perplejo y aburrido, hubo de retirarse sin antes decirle al Teniente: «¡Pero hombre! ¿qué tengo que hacer para que Vd. me crea, espera que venga el General Ríos en persona?» A ello le contestó el Teniente: «Si viniera, entonces sí que obedecería las órdenes».

Tras once meses de férreo sitio sin prácticamente nada que comer, el Teniente Martín Cerezo, organizó una salida nocturna que acercándolos a la costa, les permitiera montar un punto fuerte en espera del paso de algún buque en dirección a Manila; cuando todo estaba dispuesto, al releer los periódicos que le dejó el Teniente Coronel Aguilar, encontró una noticia que le dejó perplejo, y a la que sólo podía tener acceso él. La nota decía que su amigo y compañero el Teniente Francisco Díaz Navarro pasaba destinado a Málaga a petición propia. Esta noticia se la había contado en secreto el propio Díaz Navarro. Según se expresaría el mismo Martín Cerezo, «Aquella noticia fue como un rayo de luz que lo iluminara de súbito». Entonces reunió a la tropa, les relató cuál era realmente la situación y les propuso una retirada honrosa, sin pérdida de la dignidad y del honor depositado en ellos por España.

Los heroicos defensores como tropa bien disciplinada, le dijeron a su Teniente que hiciera lo que mejor le pareciera. Ante el asombro de los filipinos, vieron izar en la iglesia la bandera blanca y oír el toque de llamada. Seguidamente, hizo acto de presencia el Teniente Coronel jefe de las fuerzas sitiadoras, Simón Tersón, que escuchó a Martín Cerezo y le respondió que formulase por escrito su propuesta, añadiéndole, que podrían salir conservando sus armas hasta el límite de su jurisdicción, y luego renunciarían a ellas para evitar malos entendidos.

El escrito que entregó el Teniente Martín Cerezo decía: «En Baler a 2 de junio de 1899, reunidos jefes y oficiales españoles y filipinos, transigieron en las siguientes condiciones: Primera: Desde esta fecha quedan suspendidas las hostilidades por ambas partes. Segunda: los sitiados deponen las armas, haciendo entrega de ellas al jefe de la columna sitiadora, como también de los equipos de guerra y demás efectos del gobierno español; Tercera: La fuerza sitiada no queda como prisionera de guerra, siendo acompañada por las fuerzas republicanas a donde se encuentren fuerzas españoles o lugar seguro para poderse incorporar a ellas; Cuarta: Respetar los intereses particulares sin causar ofensa a personas».

Y así, honorablemente, dio fin tras 337 días de asedio el «Sitio de Baler». Una vez arriada la bandera, el corneta tocó atención y aquellos valientes se aprestaron a abandonar su reducto. Los Tenientes Martín Cerezo y Vigil de Quiñones, enarbolando la Bandera Española, encabezaban una formación de soldados agotados, que de tres en fondo, y con armas sobre el hombro, abandonaban el último solar español en el Pacífico, desde marzo de 1521. Le hacían pasillo soldados filipinos en posición de firmes, entre asombrados e incrédulos.

Al cabo de cien años de este asombroso acontecimiento, no se sabe qué valorar más; si el ofuscamiento de Martín Cerezo sobre la realidad, actitud disculpable por los numerosos engaños recibidos, o la tenacidad en cumplir fielmente y hasta el final las órdenes de defender a España en sus posiciones del Pacífico.

Una vez que los últimos de Baler se hubieron repuesto del tremendo agotamiento y con la ayuda de los filipinos, que cumplieron fielmente su compromiso, el Teniente Martín Cerezo y sus hombres hicieron el largo viaje en dirección a Manila, atravesando poblados y lugares tan conocidos como San José de Casiñán y San Fernando. No faltaron los atentados de algunos mal nacidos que fueron repelidos por los soldados tagalos que les escoltaban. Al fin llegaron a Manila el 6 de julio del 99.

Durante el viaje, al pasar por Tarlak, cuartel general del Presidente filipino, este acogió a los españoles ofreciéndoles obsequios y alojamiento. Lo que más agradeció Martín Cerezo del Presidente Emilio Aguinaldo, fue la entrega de un periódico en el que se publicaba un elogioso relato de los españoles y el Decreto, en un artículo único que decía:

«Habiéndose hecho acreedora a la admiración del mundo de las fuerzas españolas que guarnecían el destacamento de Baler, por el valor, la constancia y heroísmo con que aquel puñado de hombres aislados y sin esperanza de auxilio alguno, han defendido su bandera por espacio de un año, realizando una epopeya tan gloriosa y tan propia del legendario valor de los hijos del Cid y de Pelayo; rindiendo culto a las virtudes militares e interpretando los sentimientos del ejército de esta República, que bizarramente les ha combatido; a propuesta de mi secretario de Guerra, y de acuerdo con mi Consejo de Gobierno, vengo en disponer lo siguiente: Los individuos de que se componen las expresadas fuerzas no serán considerados como prisioneros, sino por el contrario, como amigos; y en su consecuencia, se les proveerá, por la Capitanía General, de los pases necesarios para que puedan regresar a su país».

En Manila la comisión española encargada de recibirlos, los alojó en el Palacio de Santa Potenciana, antigua Capitanía General. La colonia española los colmó de homenajes y regalos. En una de las recepciones, el Teniente Martín Cerezo recibió el abrazo del Teniente Coronel Aguilar que en son de broma le dijo: «Y ahora, ¿me reconoce Ud.?». A lo que contestó el teniente «Si, señor. Y más me hubiera valido haberlo hecho entonces».

Por fin, el 29 de julio del 99 embarcaron en el vapor «Alicante» camino de España, llegando a Barcelona el 1 de septiembre, siendo recibidos por las autoridades civiles y militares. Los llamados «Los últimos de Filipinas» lo formaban 1 Teniente de Infantería, 1 Teniente médico, 2 Cabos, 1 Trompeta y 28 soldados.

Fuente: http://gestasenelolvido.blogspot.com.es/