Santiago Matamoros

Ante los rumores de las medidas, luego desmentidos vista la presión popularm, que habadoptado el Cabildo Catedralicio compostelano de hacer desaparecer la imagen de Santiago Matamoros de la vista de los fieles, alegando susceptibilidades propias del discurso «políticamente correcto», queremos con este aproche hacer un somero repaso histórico sobre la beligerante advocación del Patrono de las Españas y, señalando las hostilidades que ha desatado a lo largo de su historia. Sabiendo quiénes son sus enemigos, es de suponer quiénes son los que más se congratulan de su desaparición.

¿Quién es Santiago Matamoros? A pesar del apellido, tan políticamente incorrecto, se trata del mismo Apóstol Santiago bajo la faz y hechuras guerreadoras. Él es Santiago el Mayor, el de los Evangelios, hijo de Zebedeo y Salomé y hermano del joven Juan, el apóstol amado del Señor. Jesucristo llamó a ambos hermanos los «Boanerges» -los Hijos del Trueno-, por el celo que mostraron por la honra del Señor cuando pidieron que cayera fuego del cielo sobre una aldea que había impedido el paso a Jesús y a sus acompañantes. La madre de ambos siempre estaba alrededor de Cristo, pidiéndole que reservara a sus hijos elevados puestos de gloria en el Reino que estaba por venir. Jesucristo les preguntó si serían capaces de beber el cáliz y ellos contestaron: «possumus!» -¡podemos!.
La tradición sitúa a Santiago en la antigua Hispania, propagando el Evangelio. A las orillas del Ebro, en Cesaraugusta -Zaragoza-, se le apareció la Virgen María (que todavía vivía en este mundo sin haber sido asunta al cielo). Nuestra Señora le previno de los peligros que se cernían sobre el grupo de cristianos que él formaba, animándolo a seguir con su labor apostólica. Santiago siguió predicando hasta que decidió regresar a Jerusalén, donde fue martirizado. Según la venerable leyenda su cadáver fue trasladado por sus discípulos y depositado en Compostela -el campo de la estrella-, donde Europa lo continua venerando.

Ejecutoria del Celestial Caballero Santiago Matamoros.

La tradición del Matamoros se remonta al reinado de Ramiro I (muerto en 850) que sucedió en el trono de Asturias y León a su tío Alfonso el Casto (muerto en 842). Al fallecer su tío, los moros reclamaron el tributo de las cien doncellas (cincuenta hidalgas y cincuenta plebeyas) que tenían impuesto a los cristianos. Ramiro I que estaba en Bardulia (antiguo nombre de Castilla la Vieja) no quiso entregarles las cien doncellas y se encontró frente a frente con la morisma en Clavijo donde en la víspera de la batalla, según la tradición, se le aparece en sueños el Apóstol Santiago. Santiago le comunica que ha sido designado por Dios como Patrón de las Españas. Santiago anima a Ramiro al combate y le pide que lo invoque. Los cristianos dan batalla al grito de «¡Dios ayuda a Santiago!», y los moros son vencidos. Aquella gloriosa jornada de las armas cristianas será la fundación de la Orden de Santiago.

En la batalla de Hacinas entre el Conde Fernán González (muerto en 970) y el caudillo moro Almanzor aparece otra vez Santiago, que le dice al conde de Castilla: «¡Ferrando de Castiella, hoy te crece gran bando!». Las huestes de Fernán González vencen a los moros al grito de «¡Santiago y cierra!» (es la primera vez que se registra el que luego será grito famoso entre los cristianos peninsulares cuando entran en batalla; este grito de guerra viene a significar: Santiago y choquemos contra ellos).

Entre la leyenda y la historia, muchas serán las apariciones de Santiago en la historia bélica de España.

Los antiguos enemigos de su patronazgo guerrero.

Pero pronto se alzarán voces contra su patronato. El pionero será un peregrino helénico, de nombre Ostiano. El suceso será en vísperas de la conquista de Coimbra por el rey de Castilla Fernando I el Grande (muerto en 1065). Ostiano que había culminado su peregrinación a Santiago, escuchó de unos peregrinos comentar esta particular faceta del Apóstol a caballo y blandiendo espada, cosa que parece ser que lo escandalizó. El peregrino recriminó a los otros devotos que pintaran al santo como jinete y espadeador, diciéndoles así: «¡Amigos, no lo llaméis caballero sino pescador!». Por la noche, según cuenta la tradición repetida en las crónicas medievales, se le apareció en sueños el mismo Señor Santiago que calza espuela, vestido con ropas radiantes y portando en su mano unas llaves. El Apóstol, jovial, no sabemos si grave o socarrón, le dijo: «Ostiano, no dudes de mi caballería, que has de saber que soy caballero de mi Señor Jesucristo, ayudador de los cristianos contra los moros, y te digo más: con estas llaves que tengo en la mano, mañana domingo a hora de tercia, abriré las puertas de Coimbra y se la daré al Rey Don Fernando». Dicho esto, el Señor Santiago se montó en un caballo -no podía ser sino blanco, como reza el popular dicho-, de los corceles que pastan en los pradizales del cielo, y se fue al galope. Ostiano, el ecuménico e incrédulo escarmentado, comunicó al día siguiente la celestial aparición a las autoridades eclesiásticas. En la hora de tercia los moros de Coimbra sucumbían después de un prolongado asedio y las huestes de Fernando I el Grande entraban en gloria: en la mezquita, convertida en Catedral, fue armado caballero Rodrigo Díaz de Bibar, quien luego sería el Cid Campeador, junto a centenares de caballeros señalados. En Compostela se desconocía aquella buena nueva hasta que días después (en aquellos tiempos las noticias no llegaban tan pronto) los mensajeros refrendaron la revelación de Ostiano.

Los devotos de Santiago Apóstol no sólo tendrían que sufrir el escepticismo de algunos cristianos que negaban que el antiguo pescador de Palestina hubiera sido armado caballero celestial. En el siglo XVII las catedrales de Toledo, Santiago, Tarragona y Braga competían entre sí para alzarse con el Primado. Fue la sede de Toledo la que descargó un serio golpe sobre su rival, la de Santiago de Compostela, al negar la venida del Apóstol con un dudoso documento que se barajó para tal objeto: «Colección de Concilios».

Siglo XVII: La camarilla del Conde-Duque de Olivares..

Cuando en 1622 es canonizada Santa Teresa de Jesús, los defensores de la santa reformadora del Carmelo pretendieron elevar a la mística al título de patrona de España, relegando a Santiago Apóstol a un papel secundario. Esta iniciativa venía enturbiada por los intereses de los grupos de poder hebreos que como conversos pretendían reivindicar a la santa de Ávila, descendiente a su vez de conversos, como Patrona de España. La camarilla del Conde-Duque de Olivares, pariente él mismo de la mística abulense y caballero de la Orden de Calatrava diseñó toda la campaña para despojar a Santiago de su patronicio sobre España. Contra las maquinaciones de los conversos y la camarilla del Conde-Duque levantaría su voz hidalga D. Francisco de Quevedo y Villegas, caballero de la Orden de Santiago, que redactaría un opúsculo en que reivindicaba la legitimidad del patronazgo de Santiago por encima de cualquier otro santo patrocinio más moderno.

Los más modernos enemigos de Santiago.

Allá por los 80, el sacerdote P. José María Javierre escribía que ya era hora de: «Convertir al señor Santiago en un ciudadano normal que anda por las calles con su traje bien cortado. Un Santiago dispuesto a trabajar en la oficina y a votar cuando sea necesario». La intención expresa del P. Javierre era apear a Santiago de su caballo, despojándolo de sus atributos guerreros, sin reparar en que su atrevida pretensión dejaría huérfana a los españoles de uno de los simbólicos más ricos e identitarios de la Historia de España, el legendario Santo que intervenía en las batallas de los reinos cristianos de la Península con sus ángeles gladíferos, un mitologema capaz de movilizar a la Cristiandad hispánica para culminar felizmente la Reconquista.

Creemos que, aunque natural de Huesca, al P. Javierre no le tendrían que ser ajenos los textos de Blas Infante sobre Santiago Matamoros, sobre todo cuando este sacerdote ha coqueteado siempre con el incipiente andalucismo, sobre todo con el que levantaba la cabeza en la Transición.

Durante una visita de Blas Infante a Galicia -corría el año 1929-, y en el marco de un contexto de fraternidad nacionalista galleguista-andalucista, Blas Infante propondrá una sospechosa revisión histórica del mito de Santiago Matamoros. Y algo más que una revisión histórica, nos atrevemos a decir. Así nos lo cuenta el notario de Cantillana:

«Yo pedí a los compañeros de Galicia que, en cuanto España recobrase su libertad [se refiere a la futura II República española en que habían depositado sus esperanzas de emancipación buena parte de los nacionalistas centrífugos de todo el territorio nacional] celebraran una fiesta en la cual, como señal de amor y de reconocimiento de Andalucía, desmontaran a Santiago y le rompiesen la lanza. Así lo llegaron a prometer. ¿Es ya la hora, queridos hermanos de Galicia?» («Pueblo Andaluz», 20 de junio de 1931).

El nacionalista gallego Castelao recogía jubiloso la invitación de su colega nacionalista, escribiendo: «O ‘¡Santiago y cierra España!’ da cruzada -mais que española europea- contra os mouros, quer decir que Compostela foi a fonte das enerxías e dos ideaes que mantiveron a ofensiva… nós nada tiñamos que reconquistar porque nada perdéramos» [«El «¡Santiago y cierra España!» de la cruzada -más que española, europea- contra los moros, quiere decir que Compostela fue la fuente de las energías y de los ideales que mantuvieron la ofensiva… nosotros nada teníamos que reconquistar porque nada habíamos perdido» -como podemos comprobar, una postura muy solidaria para con el resto de España sojuzgada bajo la cimitarra sarracena. También cabe preguntarnos qué ideal de Andalucía alentaba Blas Infante cuando propuso la «degradación» militar de Santiago Matamoros; para esas fechas podemos decir que el «padre de la patria andaluza» (¿!?) había postergado el sueño de Tartessos y la Bética hispano-romana como referentes para reivindicar un «hecho diferencial» que hiciera de Andalucía una «nación» legitimada a su auto-determinación. Aquellas remotas Arcadias de la Historia de Andalucía habían cedido, para Blas Infante, ante el embrujo de un Al-Andalus cada vez más magnificado e idealizado; el mismo sueño andalusí que le permitió confraternizar, cuando peregrinó a Marruecos, con la jarcas rifeñas que degollaban soldaditos españoles en el norte de África por aquellos mismos años.]

El brasileño Américo Castro, padre del triculturalismo, escribirá en la misma línea que Blas Infante y Castelao: «Los beneficios bélicos de la acción del Apóstol en los campos de batalla engrandecieron a Castilla, no a Galicia. De ahí la impopularidad que goza entre los intelectuales gallegos [¿se refiere sólo a Castelao?] el mito de Santiago Matamoros». (Sobre el nombre y el quién de los españoles, Taurus, 1985, pág. 59).

La interpretación sobre la funcionalidad del mito de Santiago Matamoros también tendrá una versión trasatlántica en la obra soterrada de Blas Infante. Según su pedisecuo glosador Manuel Ruiz Romero: «La actuación de Castilla en el denominado Nuevo Continente no puede comprenderse sino como una extensión de su conducta frente a Al-Ándalus nazarí.» En palabras de Blas Infante, todo pueblo conquistado por nuestros antepasados en América contaba con: «…una imagen de un feroz español con una cruz en la mano y una espada en la otra, caballero en un caballo matando hombres».

En la peculiar y distorsionada visión de la historia de España que tenía D. Blas Infante, los cristianos (que para él eran los siniestros «mesetarios», para entendernos: «los malos de la película») habían convertido a Santiago Apóstol en un símbolo peligroso para los intereses musulmanes (nos choca, en serio, que Blas Infante defienda con más tenacidad los presuntos derechos de los musulmanes sobre Andalucía que los propios intereses españoles: ¿era español el Sr. Blas Infante?). Las relaciones de Blas Infante con los galleguistas del grupo de Castelao venían a coincidir como se puso de manifiesto en las visitas que Blas Infante realizara a Galicia. Los nacionalistas galleguistas, como hemos leído más arriba en palabras de Castelao, estaban convencidos de que Castilla había expoliado a Galicia de uno de los «mitos» propios y autóctonos que pudieran haber obrado para su engrandecimiento particularista al margen del destino conjunto de España. Ambas corrientes nacionalistas y centrífugas coinciden en sus rasgos más generales con la interpretación que extraía el pernicioso Américo Castro: «Santiago será convertido en el anti-Mahoma y su santuario en la anti-kaaba» (La realidad histórica de España, Porrúa, México, 1975, pp. 347-348).

El padre escolapio Enrique Iniesta Coullant-Valera (hemos dicho bien, «padre escolapio», o sea: sacerdote católico, como su amigo el P. José María Javierre), es uno de los compiladores y biógrafos más solventes de Blas Infante. No es de extrañar que ellos dos -Iniesta y Javierre- sepan mejor que nosotros qué es lo que se trama tras las bambalinas cuando algunos sacerdotes católicos piden que se baje a Santiago de su caballo: ¿será para desposeer a España de uno de los símbolos más fecundos de su Historia?

Otras coincidencias curiosas.

Después de esta aproximación, y aunque no hemos ahondado en esta línea de investigación, creemos que también puede resultar curioso para el interesado en las corrientes de pensamiento soterrañas que ambos nacionalismos -el galleguista y el andalucista; tan anti-santiaguistas el uno y el otro como Santiago es anti-Mahoma- tuvieran vasos comunicantes con las logias masónicas y con los grupos vinculados a la Internacional de la Sociedad Teosófica. El ocultismo había arraigado entre las personalidades cultas de la Galicia y la Andalucía de principios del siglo XX.

En Galicia: un amplio abanico de “intelectuales” como Manuel Navarro Murillo, Manuel Otero Acevedo, Víctor Said Armesto, Alfredo Rodríguez de Aldao, Javier Pintos Fonseca forman un tupido entramado espiritista y teosófico muy poco filo-santiaguista como podemos suponer. En el año 1911 en Galicia se funda el grupo teosófico «Marco Aurelio» al que estará ligado el mismo Ramón María del Valle-Inclán.

Es en el mismo año de 1911 en que se funda la logia gallega «Marco Aurelio» cuando viene a constituirse en Andalucía la también logia teosófica llamada «Rama Fraternidad», merced a los oficios del anticuario José Fernández Pintado que se había iniciado con los teósofos catalanes. En enero de 1917 el famoso teósofo Mario Roso de Luna visita Sevilla. En 1918 se fusionan la «Rama Fraternidad» y la «Rama Zanoni» («Zanoni» es el nombre de una novela ocultista obra del político británico y gran hierofante rosacruciano Sir Eduard Bulwer-Lytton, más conocido por su novela «Los últimos días de Pompeya»). Más tarde en 1919, en la hispalense calle Sierpes, se funda el Centro de Estudios Teosóficos: una serie de conferenciantes amenizarán las sesiones teosóficas: Manuel Brioude Pardo, Jaime Casas Jiménez, Manuel Olmedo Serrano, Guillermo Gómez Gil, Hermenegildo Casas, Rafael Pavón, Federico Blardoni Herrera, Enrique García Cotta, el político Diego Martínez Barrio y el poeta Fernando Villalón Daóiz-Halcón, conde de Miraflores de los Ángeles. Sería interesante que alguien con talento, con tiempo y con recursos tirara de estos hilos que nosotros dejamos aquí. Hemos visto tesis doctorales menos sustanciosas.

La reciente decisión del Cabildo catedralicio sobre el destino de Santiago Matamoros haría las delicias de Castelao, Blas Infante y Américo Castro. Si este trío tan poco sospechoso de amar a España se pudiera felicitar, ya sabemos quienes tenemos que lamentar la torpe medida que recientemente ha adoptado el cabildo catedralicio de Santiago de Compostela: los que salimos perdiendo somos quienes amamos a España, su Tradición y su Historia; los devotos de Santiago Peregrino y Matamoros.

Manuel Fernández Espinosa

 

Fuente: http://www.stormfront.org/forum/t363584/